RELATO - Érase una vez... un evento vibrante
Érase
una vez… una lectora, de una ciudad española, de una escritora, de otra ciudad
española a la que, para más señas, se puede llegar en AVE (aunque sea el low cost), que se apuntó a una cena (que
al final fue un fin de semana completo) que propuso la autora y en la que, o en
el que, en masculino si nos referimos al fin de semana, pasaron cosas…
Y
llegó esta lectora, llamémosla Melisa (nombre que dice mi hija pequeña que
pondrá en su DNI cuando sea mayor de edad), desde Madrid a esa otra ciudad, concretamente
Barcelona, con una maletita ajustada a las medidas del tren low cost (con la ropa, calzado,
maquillaje y enseres varios proporcionalmente apretaditos debido al espacio
disponible) y esperó tranquilamente en la calle (porque en el trayecto había
pasado algo de frío, es lo que tiene el aire acondicionado en verano y tener
pocas chichas) mientras se fumaba algún pitillo (del que se lía, ecológico y
con componentes reciclables, que una puede joderse a sí misma pero el medio
ambiente hay que respetarlo) porque la anfitriona había ido a buscar a la lectora
que sería bautizada como Beyoncé al aeropuerto (es que venía de más lejos, como
es de suponer) cuyo avión aterrizó justo al mismo tiempo que yo, perdón, un
lapsus, que Melisa llegaba a la estación de tren (realmente hubo una diferencia
de cinco minutos, si hacemos honor a la verdad) y aprovechaba para enviar un
mensaje por una app de esas de
mensajería instantánea a una persona diciéndole que «ya estaba por su barrio» y
de la que no recibió respuesta en todo el fin de semana, vamos, que pasó
totalmente de mi, digo, de su culo o como dicen los jóvenes, le hizo un ghosting.
¡Ups!
Vale, sí, por si no os habéis dado cuenta, la lectora soy yo, pero el resto
permanecerá en el anonimato (o casi), que ya sabemos cómo va esto de la
protección de datos y demás.
Y
por fin me vinieron a buscar y nos fuimos a cenar cerca del hotel Mandarin
Oriental de Barcelona para más señas, pero que conste no me llevo comisión (ya
me gustaría), es para ubicaros, donde probé la sangría de cava (primera vez que
lo oía sobre ella y la saboreaba, que no veáis cómo entra y cómo sube) y tras
llenar los estómagos, algo de charla y unas cuantas risas, y después de una
pequeña confusión con los tickets del parking (ejem, ejem…)
conseguimos localizar el coche y poner rumbo al hotel donde nos alojaríamos. Yo,
sola en mi habitación, Beyoncé, acompañada (y hasta ahí voy a leer).
Y
llegó el sábado, sabadete (cada cual que acabe el refrán a su manera) y aquí la
menda a las 6:00 horas de la mañana tenía los ojos como platos, así que hizo
sus saludos al sol correspondientes, se aseó, se vistió y a las 7:30 horas
estaba en la recepción arreglando la reserva para que esa tarde llegara su
compi de dormitorio, Aina, que ya sé que sois unas cotillas y os encanta
enteraros de los nombres de todo el mundo. Hago un inciso para decir que yo en principio
iba a llegar el sábado al mediodía para comer, cenar, intentar dormir algo y
volver, pero… me vino una ventolera de esas que me dan (que una a veces es un
poco impulsiva como buen signo de aire) y decidí cambiar el billete de ida al
viernes por la tarde y, todo hay que decirlo, aunque salió algo más caro… valió
la pena (como la canción).
Sigo,
que me desvío… como era tan pronto y mi compi de hotel seguramente aún seguía
en el séptimo cielo o en el octavo o… vete tú a saber en cuál (recordemos que
durmió acompañada), le dejé mandado un mensajito y salí del establecimiento
para desayunar y aprovechar mi día en la Ciudad Condal; tras llenar el estómago,
paré un taxi y le dije al taxista que me dejara en la Barceloneta.
Aquí
quiero hacer una pausa para pedir una oración por la paloma que atropelló el
señor conductor (aunque según él se trató de un suicidio).
Y
por allí estuve yo un buen rato, playa p’arriba,
playa p’abajo, mojándome los pies,
mojándome las rodillas (y vale, casi hasta el culo que alguna ola vino un poco
más fuerte), incluso me entraron ganas de meterme dentro y darme un baño, de
hecho, vi a una señora hacerlo sin ningún tipo de traje y pensé imitarla…, una pena
no haber llevado toalla (vale, es una excusa, no creo que lo hubiera hecho… o
sí… ¡ni yo lo sé! Nos quedaremos con la duda). Cuando por fin hubo señales de
vida inteligente y me avisaron para un encuentro para seguir con unos planes
que estaban más o menos organizados, pero con los que pasa lo que siempre es de
esperar… que al final toca improvisar. Melisa, es decir, yo misma, llegó hasta
plaza Catalunya para coger otro taxi que la debía dejar en una cafetería que…
estaba a 15 minutos andando de la que le habían dicho (¿por qué tiene que haber
dos cafeterías con el mismo nombre tan cerca?). Una vez reunido el rebaño,
parada en el hotel, mochilas a cuestas para coger el Ferrocaril hasta plaza
Catalunya (ya podrían habérmelo dicho y les había esperado allí…), hacer
trasbordo para montar en el Rodalies hasta Premià de Mar porque claro, ya os he
dicho había un plan, que se fue al garete por culpa de unas llaves que se
quedaron en un bolsillo que no debían (y de las que se mandó un vídeo sobre
cómo cambiar las pilas porque el otro juego estaba sin batería… cosas que pasan
a diario, ya sabéis). Pero en vez de llegar a nuestra parada, y eso que juramos
y perjuramos que era la que ponía en la pantalla del vagón, nos apeamos
bastante lejos de donde se suponía que teníamos que hacerlo y todo gracias a
nuestro fantástico guía improvisado (guiño, guiño, te queremos igual) y a la
menda que también vio lo mismo a pesar de… ahora os cuento. Total que, un tinto
de verano después, el encuentro con nuestra anfitriona y el estacionamiento,
ahora sí, en el sitio correcto, empezamos a comer en un precioso lugar llamado
Déjà Vu (mención y agradecimiento especial al hecho de tener una hamburguesa de
Heura en su carta; sí, a todas mis rarezas hay que añadir que no como proteínas
animales; aunque mayor agradecimiento merece quien se molestó en leerme la
carta porque a la miopía y el astigmatismo que tengo desde hace años se unió
hace un tiempo la presbicia —reíros, sí, que ya os llegará— y solo a mí se me
ocurrió ponerme lentillas, para estar más cómoda y no tener que andar
quitándome y poniéndome las gafas constantemente —ya que con ellas puestas no
veo de cerca— con el consiguiente riesgo de caída, rotura y solicitud de plaza
en la ONCE por no ver tres en un burro; y claro, las lentes de contacto no son
de quita y pon y, paciencia que ya termino, no enfoco bien en las distancias
cortas y, efectivamente, tengo que alejarme lo que sea que intento ver cual
abuela enfocando el folleto de ofertas del Carrefour), me pude baño en
condiciones en el mar (y además bien a gusto, en un agua transparente y muy
limpia… si todo va bien, volveré, sí, tomadlo como una amenaza), hicimos una breve
parada logística donde conocimos (Beyoncé y yo) a una preciosa personita (no es
de extrañar con los padres que tiene…) y por fin, vuelta al hotel.
Para
entonces, con más de 20.000 pasos en mi haber (serían en torno a las 18:00
horas), mi compi de habitación (que no de hotel) ya había llegado y estaba disfrutando
de un rato en la piscina del alojamiento. Y aparecimos Melisa, la autora y
Beyoncé para hacerla compañía y darnos un remojón (Beyoncé no, todo sea dicho).
Y
llegó la hora del encuentro, que en principio iba a ser a las 21:00 en el
restaurante pero, como la impuntualidad parece ser innato de nuestra subespecie,
la cita cambió a la misma hora, pero en la puerta del hotel (total, solo una de
las asistentes a la cena no se alojaba ahí) y culminó con las 21:30 en el
destino en el que supuestamente teníamos reserva a las 22:00 pero donde
entramos directamente porque total, ya no nos iba a dar tiempo a tomar nada por
ahí y porque los planes están para incumplirlos.
La
cena: seis mujeres, fantásticas, divinas, encantadoras, de una amplia franja de
edad y a cuál más bella tanto por dentro como por fuera, el vino corriendo
(blanco, de la zona, bastante aceptable), los platos desfilando (menú
degustación exquisito, eso sí, el plato vegetal que me pusieron en exclusiva
iba pasadito de sal…), un montón de risas y el camarero avisándonos a las 00:30
horas de que tenían que cerrar. Pero fuimos un poco malas porque había que
retratarse con una Polaroid, una copia para cada una… ¿imagináis la cara del
camarero?, ¡esa misma! Pero, ¿no os pasa que el tiempo vuela cuando os lo
estáis pasando bien? Pues imaginad cuando el nivel de disfrute es tipo «diosa».
No hicimos reto, no nos dio tiempo, pero… tampoco lo echamos de menos.
Hago
un inciso aquí para una breve explicación. Existe un grupo de mensajería con varios
subgrupos, entre ellos uno para motivarnos a hacer deporte y a veces aparecen
retos de movilidad o de habilidad o de cualquier cosa que nos llame la
atención. Es curioso comprobar que la mayoría de los miembros de este grupo somos
mujeres y que aunque somos bastantes integrantes (estamos hablando de una
comunidad de casi 80 personas) y al final siempre participamos las mismas, el
género masculino (y digo bien, porque suelen ser los que más prejuicios tienen
con cierto tipo de literatura; os recuerdo, si no lo he dicho antes, que somos
lectoras de literatura romántica-erótica) se pierda algunas conversaciones que,
sinceramente, son más que enriquecedoras. Suerte para mí que estoy dentro y que
participo bastante, nadie se puede hacer una idea real de todo lo bueno que
estoy recibiendo.
Y
por fin… el plato fuerte del evento… la sala de fiestas, la discoteca, el club,
el lugar estrella en el que están basados parte de los relatos de nuestra
querida autora…. quien quiera datos más concretos del lugar que pregunte
directamente, muaja, muaja, muaja (quería sonar como una risa malvada o algo
así, si no lo parece, os la imagináis y listo). Foto en la entrada, repetición
de foto, el puerta, que os hizo las fotos, llamándonos la atención por
escandalosas (¡es que estábamos emocionadas y nerviosas!), entrega de bolsos y
móviles (es que están prohibidos dentro, ya tenéis otra pista sobre el lugar), pago
por parejas (que nos salía más barata la entrada), pulseritas a la muñeca y…
estábamos dentro. Primera parada, la discoteca, que había que refrescar el
gaznate, entrar en situación y otear la fauna y flora del lugar. Quiero dar las
gracias solemnemente a mis queridas compis de evento: gracias por vuestra
recomendación alcohólica… sí, soy una mujer madura que normalmente no bebe
alcohol y tengo que agradecer que mujeres que sí lo hacen (que conste que no
estoy llamando a nadie borracha, es que la menda es más bien tirando a
abstemia) me dijeran qué tomar en un momento tan importante de la noche. ¡Por
vosotras! Por cierto, fue Puerto de Indias con Sprite, por si os interesa, y si
no, da igual, ya os lo he dicho (tampoco recibo comisión de ninguna de las
marcas).
Allí,
conocimos a la DJ, cuyo nombre coincide con una exconcursante de OT (es que
estuve en el concierto de Los40 primavera pop de este año y actuó la niña allí
—sí, la niña, que a mi edad puedo llamar así a la juventud) y por eso me sonaba
su nombre, vimos por primera vez (si no recuerdo mal) a la mujer del mono de
rejilla morado, hicimos una fuerte campaña de publicidad a nuestra anfitriona
(quizá un poco agresiva en algún momento pero claro, la gente preguntaba y
nosotras contestábamos, porque parece ser que un grupo de seis mujeres sin
compañía del sexo opuesto es algo extraño en ese lugar) y, en general, creo que
nos divertimos bastante, cada una según su sentir y su fluir.
Fluir…,
la que fluyó bien fue la mujer del mono de rejilla morado que he mencionado antes,
que aparte de quedarle mejor que bien el traje (sí, es envida cochina, que una
es chiquitita y matona y bien parecida —no tengo abuela— pero no tiene esa
delantera ni ese culamen y no podría lucir en la vida un modelito así ni
la mitad de bien que ella), se encontró en un lugar sin apenas luz con unas
manos mágicas que ríete tú del escándalo que estábamos montando nosotras a la
entrada del club, ¡qué gritos!, ¡qué éxtasis!, ¡cómo lo estaba gozando la mujer!,
de hecho, alabó a la dueña de tan hábiles dedos (amiga mía, por cierto), pero
nada, a ella no la llamaron la atención… ¡qué injusto!
Yo,
sin duda alguna, también flui, aunque a mi manera. Disfruté de la discoteca
bailando y haciendo amago de provocar (y digo haciendo amago porque una está
desentrenada y ya no sabe cómo van esas cosas), vi la piscina, ojeé la
mazmorra, evité entrar en el lugar oscuro (donde las manos de mi amiga hicieron
magia) aunque sí me asomé a uno lleno de agujeros y al final me guiaron por el tour
que se supone que normalmente hace un camarero cañón con acento del oeste de
España; escalera arriba y escalera abajo, vi una panorámica preciosa de la
ciudad y una panorámica de dos parejas separadas por un cristal (no sé quién
veía a quien, pero nosotras vimos a los cuatro perfectamente), y un primer
plano de una cama redonda. También intenté bailar sevillanas (prometo retomarlas),
probé a dejarme llevar al bailar bachata (lo siento Ana, soy muy dominante),
subí a la barra de pole dance (pendiente queda también preparar un numerito
aunque no creo que pueda llegar al nivel de la rubia, rusa para más señas, a la
que vimos a la salida y aproveché para felicitar —fue cuando me enteré de su
nacionalidad—, que hizo una coreo sexy, sensual, provocadora y
absolutamente profesional) y recibí un beso de la Merche (al final eligió a
otra, o ¿fue su pareja quien eligió?, solo las partes implicadas lo saben).
La
discoteca se fue vaciando, los encuentros culminando y alrededor de las 4:30
fue hora de volver al hotel. Pasito a pasito, más o menos escandalosas (menos
mal que no era una zona demasiado residencial), llegamos a destino, unas
calzadas y alguna desequilibrada (sí, fui yo), descalza, porque no hizo caso a
la advertencia de llevar calzado plano (es que no tenía nada adecuado para el outfit
de la cena) y estuvo subida a unos tacones de doce centímetros toda la noche
(con las consecuentes ampollas en los dedos anulares de ambos pies que, quince
días después aún persisten recordándome el despiste).
Hubo
algo que me llamó especialmente la atención, y ahora voy a ponerme un poco
seria, que no fue precisamente la forma de relacionarse de los distintos
individuos ya que a estas alturas una no se asusta o escandaliza por nada, o
casi nada. Lo que me sorprendió fue la diferencia de atuendos entre sexos. Ya
en la discoteca se apreciaba: mientras que era «normal» ver a una mujer con los
senos al descubierto o bailando en ropa interior, el máximo de piel que vi en
un hombre fue la que se muestra con una camisa abierta. Sí es cierto que más
tarde, en el mismo lugar, alguno iba solo con una toalla anudada en la cintura,
pero las diferencias estaban ahí (vamos, que no vi rabo, por si no estaba
siendo lo suficientemente clara). No voy a emitir ningún juicio de valor al
respecto pero ahí dejo el pensamiento.
Y
hablando de cuerpo masculino con toalla… hubo una espalda con una toalla en la
cintura que tapaba su tronco inferior, bastante bien formada, que todo hay que
decirlo, que se giró un par de veces a mirarme mientras yo estaba sola en el
jardín interior (dónde os habíais metido, ¡petardas!) que podría haber
prometido cosas, pero a la que no di ni una oportunidad… no había entrado yo en
el mood adecuado y además, era una espalda demasiado «limpia». Os voy a
hacer una confesión: me encantan los tatuajes… quizás sea culpa de la portada
de alguna novela de esas eróticas de mis otras autoras favoritas (que evidentemente
las tengo, soy polilectora) o simplemente que me gustan los tattoos, o
me ponen, ya que me sincero… un brazo, parte de la espalda o del pecho, uno que
baja por el torso y se enconde marcando el camino hacia… ¡STOP!, que no es
momento ni lugar para que me entren los calores, que ya bastantes tengo por el
propio de verano y por la perimenopausia esta prematura. Sí, esa espalda me
persigue y, como soñar e imaginar es gratis, la veo con algún dibujo y mi mente
se dispersa y… quizás me dé para otro relato, quién sabe, que dicen que coser y
cantar, todo es empezar.
En
fin, después de este desvío de la historia, primero filosófico y después
carnal, os puedo contar que a la mañana siguiente (bueno, más bien, un rato
después), las cinco que quedábamos (las mismas que pernoctamos en el hotel)
desayunamos juntas y nos despedimos con la promesa de repetir el evento,
próximo destino, Madrid, siguiente, sur de España.
Y
colorín colorado, érase una vez que se fue un encuentro vibrante que dictaminó
que fluir es de guapas, que compartir es vivir y que… pasan cosas (y seguirán
pasando…).
Continuará…
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