RELATO - Érase una vez... un evento vibrante


Este es un texto original creado para el concurso de relatos del Evento Devoralibros celebrado el pasado 28 de septiembre en Sant Joan Despí, Barcelona.





Érase una vez… una lectora, de una ciudad española, de una escritora, de otra ciudad española a la que, para más señas, se puede llegar en AVE (aunque sea el low cost), que se apuntó a una cena (que al final fue un fin de semana completo) que propuso la autora y en la que, o en el que, en masculino si nos referimos al fin de semana, pasaron cosas…

Y llegó esta lectora, llamémosla Melisa (nombre que dice mi hija pequeña que pondrá en su DNI cuando sea mayor de edad), desde Madrid a esa otra ciudad, concretamente Barcelona, con una maletita ajustada a las medidas del tren low cost (con la ropa, calzado, maquillaje y enseres varios proporcionalmente apretaditos debido al espacio disponible) y esperó tranquilamente en la calle (porque en el trayecto había pasado algo de frío, es lo que tiene el aire acondicionado en verano y tener pocas chichas) mientras se fumaba algún pitillo (del que se lía, ecológico y con componentes reciclables, que una puede joderse a sí misma pero el medio ambiente hay que respetarlo) porque la anfitriona había ido a buscar a la lectora que sería bautizada como Beyoncé al aeropuerto (es que venía de más lejos, como es de suponer) cuyo avión aterrizó justo al mismo tiempo que yo, perdón, un lapsus, que Melisa llegaba a la estación de tren (realmente hubo una diferencia de cinco minutos, si hacemos honor a la verdad) y aprovechaba para enviar un mensaje por una app de esas de mensajería instantánea a una persona diciéndole que «ya estaba por su barrio» y de la que no recibió respuesta en todo el fin de semana, vamos, que pasó totalmente de mi, digo, de su culo o como dicen los jóvenes, le hizo un ghosting.

¡Ups! Vale, sí, por si no os habéis dado cuenta, la lectora soy yo, pero el resto permanecerá en el anonimato (o casi), que ya sabemos cómo va esto de la protección de datos y demás.

Y por fin me vinieron a buscar y nos fuimos a cenar cerca del hotel Mandarin Oriental de Barcelona para más señas, pero que conste no me llevo comisión (ya me gustaría), es para ubicaros, donde probé la sangría de cava (primera vez que lo oía sobre ella y la saboreaba, que no veáis cómo entra y cómo sube) y tras llenar los estómagos, algo de charla y unas cuantas risas, y después de una pequeña confusión con los tickets del parking (ejem, ejem…) conseguimos localizar el coche y poner rumbo al hotel donde nos alojaríamos. Yo, sola en mi habitación, Beyoncé, acompañada (y hasta ahí voy a leer).

Y llegó el sábado, sabadete (cada cual que acabe el refrán a su manera) y aquí la menda a las 6:00 horas de la mañana tenía los ojos como platos, así que hizo sus saludos al sol correspondientes, se aseó, se vistió y a las 7:30 horas estaba en la recepción arreglando la reserva para que esa tarde llegara su compi de dormitorio, Aina, que ya sé que sois unas cotillas y os encanta enteraros de los nombres de todo el mundo. Hago un inciso para decir que yo en principio iba a llegar el sábado al mediodía para comer, cenar, intentar dormir algo y volver, pero… me vino una ventolera de esas que me dan (que una a veces es un poco impulsiva como buen signo de aire) y decidí cambiar el billete de ida al viernes por la tarde y, todo hay que decirlo, aunque salió algo más caro… valió la pena (como la canción).

Sigo, que me desvío… como era tan pronto y mi compi de hotel seguramente aún seguía en el séptimo cielo o en el octavo o… vete tú a saber en cuál (recordemos que durmió acompañada), le dejé mandado un mensajito y salí del establecimiento para desayunar y aprovechar mi día en la Ciudad Condal; tras llenar el estómago, paré un taxi y le dije al taxista que me dejara en la Barceloneta.

Aquí quiero hacer una pausa para pedir una oración por la paloma que atropelló el señor conductor (aunque según él se trató de un suicidio).

Y por allí estuve yo un buen rato, playa p’arriba, playa p’abajo, mojándome los pies, mojándome las rodillas (y vale, casi hasta el culo que alguna ola vino un poco más fuerte), incluso me entraron ganas de meterme dentro y darme un baño, de hecho, vi a una señora hacerlo sin ningún tipo de traje y pensé imitarla…, una pena no haber llevado toalla (vale, es una excusa, no creo que lo hubiera hecho… o sí… ¡ni yo lo sé! Nos quedaremos con la duda). Cuando por fin hubo señales de vida inteligente y me avisaron para un encuentro para seguir con unos planes que estaban más o menos organizados, pero con los que pasa lo que siempre es de esperar… que al final toca improvisar. Melisa, es decir, yo misma, llegó hasta plaza Catalunya para coger otro taxi que la debía dejar en una cafetería que… estaba a 15 minutos andando de la que le habían dicho (¿por qué tiene que haber dos cafeterías con el mismo nombre tan cerca?). Una vez reunido el rebaño, parada en el hotel, mochilas a cuestas para coger el Ferrocaril hasta plaza Catalunya (ya podrían habérmelo dicho y les había esperado allí…), hacer trasbordo para montar en el Rodalies hasta Premià de Mar porque claro, ya os he dicho había un plan, que se fue al garete por culpa de unas llaves que se quedaron en un bolsillo que no debían (y de las que se mandó un vídeo sobre cómo cambiar las pilas porque el otro juego estaba sin batería… cosas que pasan a diario, ya sabéis). Pero en vez de llegar a nuestra parada, y eso que juramos y perjuramos que era la que ponía en la pantalla del vagón, nos apeamos bastante lejos de donde se suponía que teníamos que hacerlo y todo gracias a nuestro fantástico guía improvisado (guiño, guiño, te queremos igual) y a la menda que también vio lo mismo a pesar de… ahora os cuento. Total que, un tinto de verano después, el encuentro con nuestra anfitriona y el estacionamiento, ahora sí, en el sitio correcto, empezamos a comer en un precioso lugar llamado Déjà Vu (mención y agradecimiento especial al hecho de tener una hamburguesa de Heura en su carta; sí, a todas mis rarezas hay que añadir que no como proteínas animales; aunque mayor agradecimiento merece quien se molestó en leerme la carta porque a la miopía y el astigmatismo que tengo desde hace años se unió hace un tiempo la presbicia —reíros, sí, que ya os llegará— y solo a mí se me ocurrió ponerme lentillas, para estar más cómoda y no tener que andar quitándome y poniéndome las gafas constantemente —ya que con ellas puestas no veo de cerca— con el consiguiente riesgo de caída, rotura y solicitud de plaza en la ONCE por no ver tres en un burro; y claro, las lentes de contacto no son de quita y pon y, paciencia que ya termino, no enfoco bien en las distancias cortas y, efectivamente, tengo que alejarme lo que sea que intento ver cual abuela enfocando el folleto de ofertas del Carrefour), me pude baño en condiciones en el mar (y además bien a gusto, en un agua transparente y muy limpia… si todo va bien, volveré, sí, tomadlo como una amenaza), hicimos una breve parada logística donde conocimos (Beyoncé y yo) a una preciosa personita (no es de extrañar con los padres que tiene…) y por fin, vuelta al hotel.

Para entonces, con más de 20.000 pasos en mi haber (serían en torno a las 18:00 horas), mi compi de habitación (que no de hotel) ya había llegado y estaba disfrutando de un rato en la piscina del alojamiento. Y aparecimos Melisa, la autora y Beyoncé para hacerla compañía y darnos un remojón (Beyoncé no, todo sea dicho).

Y llegó la hora del encuentro, que en principio iba a ser a las 21:00 en el restaurante pero, como la impuntualidad parece ser innato de nuestra subespecie, la cita cambió a la misma hora, pero en la puerta del hotel (total, solo una de las asistentes a la cena no se alojaba ahí) y culminó con las 21:30 en el destino en el que supuestamente teníamos reserva a las 22:00 pero donde entramos directamente porque total, ya no nos iba a dar tiempo a tomar nada por ahí y porque los planes están para incumplirlos.

La cena: seis mujeres, fantásticas, divinas, encantadoras, de una amplia franja de edad y a cuál más bella tanto por dentro como por fuera, el vino corriendo (blanco, de la zona, bastante aceptable), los platos desfilando (menú degustación exquisito, eso sí, el plato vegetal que me pusieron en exclusiva iba pasadito de sal…), un montón de risas y el camarero avisándonos a las 00:30 horas de que tenían que cerrar. Pero fuimos un poco malas porque había que retratarse con una Polaroid, una copia para cada una… ¿imagináis la cara del camarero?, ¡esa misma! Pero, ¿no os pasa que el tiempo vuela cuando os lo estáis pasando bien? Pues imaginad cuando el nivel de disfrute es tipo «diosa». No hicimos reto, no nos dio tiempo, pero… tampoco lo echamos de menos.

Hago un inciso aquí para una breve explicación. Existe un grupo de mensajería con varios subgrupos, entre ellos uno para motivarnos a hacer deporte y a veces aparecen retos de movilidad o de habilidad o de cualquier cosa que nos llame la atención. Es curioso comprobar que la mayoría de los miembros de este grupo somos mujeres y que aunque somos bastantes integrantes (estamos hablando de una comunidad de casi 80 personas) y al final siempre participamos las mismas, el género masculino (y digo bien, porque suelen ser los que más prejuicios tienen con cierto tipo de literatura; os recuerdo, si no lo he dicho antes, que somos lectoras de literatura romántica-erótica) se pierda algunas conversaciones que, sinceramente, son más que enriquecedoras. Suerte para mí que estoy dentro y que participo bastante, nadie se puede hacer una idea real de todo lo bueno que estoy recibiendo.

Y por fin… el plato fuerte del evento… la sala de fiestas, la discoteca, el club, el lugar estrella en el que están basados parte de los relatos de nuestra querida autora…. quien quiera datos más concretos del lugar que pregunte directamente, muaja, muaja, muaja (quería sonar como una risa malvada o algo así, si no lo parece, os la imagináis y listo). Foto en la entrada, repetición de foto, el puerta, que os hizo las fotos, llamándonos la atención por escandalosas (¡es que estábamos emocionadas y nerviosas!), entrega de bolsos y móviles (es que están prohibidos dentro, ya tenéis otra pista sobre el lugar), pago por parejas (que nos salía más barata la entrada), pulseritas a la muñeca y… estábamos dentro. Primera parada, la discoteca, que había que refrescar el gaznate, entrar en situación y otear la fauna y flora del lugar. Quiero dar las gracias solemnemente a mis queridas compis de evento: gracias por vuestra recomendación alcohólica… sí, soy una mujer madura que normalmente no bebe alcohol y tengo que agradecer que mujeres que sí lo hacen (que conste que no estoy llamando a nadie borracha, es que la menda es más bien tirando a abstemia) me dijeran qué tomar en un momento tan importante de la noche. ¡Por vosotras! Por cierto, fue Puerto de Indias con Sprite, por si os interesa, y si no, da igual, ya os lo he dicho (tampoco recibo comisión de ninguna de las marcas).

Allí, conocimos a la DJ, cuyo nombre coincide con una exconcursante de OT (es que estuve en el concierto de Los40 primavera pop de este año y actuó la niña allí —sí, la niña, que a mi edad puedo llamar así a la juventud) y por eso me sonaba su nombre, vimos por primera vez (si no recuerdo mal) a la mujer del mono de rejilla morado, hicimos una fuerte campaña de publicidad a nuestra anfitriona (quizá un poco agresiva en algún momento pero claro, la gente preguntaba y nosotras contestábamos, porque parece ser que un grupo de seis mujeres sin compañía del sexo opuesto es algo extraño en ese lugar) y, en general, creo que nos divertimos bastante, cada una según su sentir y su fluir.

Fluir…, la que fluyó bien fue la mujer del mono de rejilla morado que he mencionado antes, que aparte de quedarle mejor que bien el traje (sí, es envida cochina, que una es chiquitita y matona y bien parecida —no tengo abuela— pero no tiene esa delantera ni ese culamen y no podría lucir en la vida un modelito así ni la mitad de bien que ella), se encontró en un lugar sin apenas luz con unas manos mágicas que ríete tú del escándalo que estábamos montando nosotras a la entrada del club, ¡qué gritos!, ¡qué éxtasis!, ¡cómo lo estaba gozando la mujer!, de hecho, alabó a la dueña de tan hábiles dedos (amiga mía, por cierto), pero nada, a ella no la llamaron la atención… ¡qué injusto!

Yo, sin duda alguna, también flui, aunque a mi manera. Disfruté de la discoteca bailando y haciendo amago de provocar (y digo haciendo amago porque una está desentrenada y ya no sabe cómo van esas cosas), vi la piscina, ojeé la mazmorra, evité entrar en el lugar oscuro (donde las manos de mi amiga hicieron magia) aunque sí me asomé a uno lleno de agujeros y al final me guiaron por el tour que se supone que normalmente hace un camarero cañón con acento del oeste de España; escalera arriba y escalera abajo, vi una panorámica preciosa de la ciudad y una panorámica de dos parejas separadas por un cristal (no sé quién veía a quien, pero nosotras vimos a los cuatro perfectamente), y un primer plano de una cama redonda. También intenté bailar sevillanas (prometo retomarlas), probé a dejarme llevar al bailar bachata (lo siento Ana, soy muy dominante), subí a la barra de pole dance (pendiente queda también preparar un numerito aunque no creo que pueda llegar al nivel de la rubia, rusa para más señas, a la que vimos a la salida y aproveché para felicitar —fue cuando me enteré de su nacionalidad—, que hizo una coreo sexy, sensual, provocadora y absolutamente profesional) y recibí un beso de la Merche (al final eligió a otra, o ¿fue su pareja quien eligió?, solo las partes implicadas lo saben).

La discoteca se fue vaciando, los encuentros culminando y alrededor de las 4:30 fue hora de volver al hotel. Pasito a pasito, más o menos escandalosas (menos mal que no era una zona demasiado residencial), llegamos a destino, unas calzadas y alguna desequilibrada (sí, fui yo), descalza, porque no hizo caso a la advertencia de llevar calzado plano (es que no tenía nada adecuado para el outfit de la cena) y estuvo subida a unos tacones de doce centímetros toda la noche (con las consecuentes ampollas en los dedos anulares de ambos pies que, quince días después aún persisten recordándome el despiste).

Hubo algo que me llamó especialmente la atención, y ahora voy a ponerme un poco seria, que no fue precisamente la forma de relacionarse de los distintos individuos ya que a estas alturas una no se asusta o escandaliza por nada, o casi nada. Lo que me sorprendió fue la diferencia de atuendos entre sexos. Ya en la discoteca se apreciaba: mientras que era «normal» ver a una mujer con los senos al descubierto o bailando en ropa interior, el máximo de piel que vi en un hombre fue la que se muestra con una camisa abierta. Sí es cierto que más tarde, en el mismo lugar, alguno iba solo con una toalla anudada en la cintura, pero las diferencias estaban ahí (vamos, que no vi rabo, por si no estaba siendo lo suficientemente clara). No voy a emitir ningún juicio de valor al respecto pero ahí dejo el pensamiento.

Y hablando de cuerpo masculino con toalla… hubo una espalda con una toalla en la cintura que tapaba su tronco inferior, bastante bien formada, que todo hay que decirlo, que se giró un par de veces a mirarme mientras yo estaba sola en el jardín interior (dónde os habíais metido, ¡petardas!) que podría haber prometido cosas, pero a la que no di ni una oportunidad… no había entrado yo en el mood adecuado y además, era una espalda demasiado «limpia». Os voy a hacer una confesión: me encantan los tatuajes… quizás sea culpa de la portada de alguna novela de esas eróticas de mis otras autoras favoritas (que evidentemente las tengo, soy polilectora) o simplemente que me gustan los tattoos, o me ponen, ya que me sincero… un brazo, parte de la espalda o del pecho, uno que baja por el torso y se enconde marcando el camino hacia… ¡STOP!, que no es momento ni lugar para que me entren los calores, que ya bastantes tengo por el propio de verano y por la perimenopausia esta prematura. Sí, esa espalda me persigue y, como soñar e imaginar es gratis, la veo con algún dibujo y mi mente se dispersa y… quizás me dé para otro relato, quién sabe, que dicen que coser y cantar, todo es empezar.

En fin, después de este desvío de la historia, primero filosófico y después carnal, os puedo contar que a la mañana siguiente (bueno, más bien, un rato después), las cinco que quedábamos (las mismas que pernoctamos en el hotel) desayunamos juntas y nos despedimos con la promesa de repetir el evento, próximo destino, Madrid, siguiente, sur de España.

Y colorín colorado, érase una vez que se fue un encuentro vibrante que dictaminó que fluir es de guapas, que compartir es vivir y que… pasan cosas (y seguirán pasando…).

Continuará…


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